Incluso el maestro del suspense, que mantuvo durante décadas en vilo e incluso aterrorizadas a millones de personas en todo el mundo, tenía claro lo que realmente le provocaba el más profundo de los miedos: la policía. Hasta tal punto que no cogía nunca el coche para evitar que le parasen aunque sólo fuera para multarle.
Que un hombre blanco y bien posicionado, en los Estados Unidos de 1966, afirmase esto en público realmente resultó ser algo inaudito. Precisamente una persona como Hitchcock era quien menos debía preocuparse por la policía, ya que especialmente en aquella época a quien se criminalizaba casi de forma automática era a personas de raza negra o de clases bajas. Algo que, desgraciadamente, todavía ocurre hoy.
Y, aún a pesar del privilegio que le otorgaba su condición, eso no fue impedimento para que comprendiera el peligro que conlleva el hecho de que el monopolio del uso de la fuerza se concentre exclusivamente en la policía. Esa capacidad potencial de utilización de la fuerza, casi con total impunidad, es tan desproporcionada que sólo imaginar que pueda ser aprovechada por personas déspotas y violentas, no es de extrañar que nos evoque la peor de las pesadillas.